P. Desde sus comienzos la Segunda República tuvo una obsesión, una pasión más bien, por promover la educación y la cultura. ¿Qué aportó el periodo republicano a la cultura española?
R. Creo que hay varios aspectos que se pueden destacar de manera significativa. En primer lugar, la igualdad legal y social conseguida para las mujeres que, antes de 1931, eran poco menos que esclavas del padre o del marido. Después cabe resaltar también la dignidad alcanzada por las clases trabajadoras y campesinas, el inmenso esfuerzo en la alfabetización o el papel jugado por las Misiones Pedagógicas o por grupos teatrales como La Barraca. Las energías y las inversiones volcadas en la creación de escuelas e institutos y en las campañas para enseñar a leer y a escribir a millones de personas no tenían precedentes en la historia de España. Fue también una época de esplendor por el impulso que recibieron en la vida cotidiana manifestaciones como el cine, el teatro o la radio. En definitiva, se puede afirmar que la República sació, empezó a saciar, el hambre de cultura que los españoles habían acumulado durante los siglos pasados.
P. ¿Las cuatro décadas de dictadura del general Franco consiguieron eliminar esos valores republicanos?
R. Desde luego, el general Franco quiso borrar del mapa los valores republicanos y buena prueba de ello es la forma en la que condujo la Guerra Civil que, por su parte, fue una guerra lenta, que buscaba la aniquilación del enemigo, la limpieza de la retaguardia... La dictadura franquista trató de romper a la gente y más tarde reconstruirla de cuerpos y de mentes. Se puede decir que la dictadura enterró los valores republicanos de honradez, de liberalismo, de regeneración moral... Pero no pudo eliminarlos porque millones de personas se habían aferrado a la República como la gran esperanza para el futuro, para un futuro que tardó mucho en llegar. Desde sus casas, desde las prisiones, desde la clandestinidad o desde el silencio ese espíritu de resistencia sobrevivió y salió a la superficie durante la transición.
Y es que cuando habla Paul Preston, no hay nada más que decir.
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