lunes, diciembre 31, 2007

La España del siglo XXI

 Poca importancia se le ha dado a las palabras pronunciadas por el arzobispo de Valencia durante la manifestación de ayer: "la cultura del laicismo radical es un fraude y un engaño, no construye nada, sólo desesperanza por el camino del aborto y del divorcio exprés". Estas palabras no son fortuitas, o fruto de un instante de desaire, estas palabras reflejan a la perfección la mentalidad de la Iglesia y lo que es peor, la mentalidad de muchas personas en nuestro país. 
 Aquellos que hablan de tipos de relaciones entre Estado e Iglesia dentro del laicismo se engañan, el laicismo sólo puede tener una forma, una manera de ser. El Estado reconoce la libertad religiosa y la protege, y la Iglesia y demás formaciones religiosas se someten al juego democrático como cualquier otro organismo. No hay laicismo moderado, ni hay laicismo radical. No hay un modelo en el que la Iglesia interviene en el papel que desempeña el Estado, pues es fundamental para la democracia que el Estado esté total y absolutamente independizado de la Iglesia. 
 Durante dos milenios la Iglesia ha perjudicado la historia europea plagándola de guerras, miedos todavía latentes, atraso tecnológico, ignorancia y fobia a la cultura para el pueblo, ... No, el papel que la Iglesia ha desempeñado en la historia no es digno de alabanza precisamente. La historia nos enseña una valiosa lección: la unidad del Estado con la Iglesia no sólo ha sido siempre peligrosa y perjudicial para el pueblo, sino que además va directamente en contra de los principios de pluridad que inspiran una democracia (o deberían inspirar).
  No, estas palabras no son inocentes. Hay formas y formas de luchar por tus ideas. Respeto a aquellos que piensan que el aborto es un crimen deleznable y a los que están en contra del divorcio. En el fondo tan sólo tratan de imponer su moral, pero esto es lo que todos tratamos de hacer al fin y al cabo cuando algunos tratamos de luchar contra la explotación laboral, el abuso de poder de los Estados y Administraciones... tratamos de imponer una moral. El problema es cómo se impone esa moral. 
 Me gustaría pensar que mi país es lo suficientemente maduro como para rechazar las actitudes como las de ayer, dignas de épocas pasadas. Solía pensar que el pueblo español había llegado a una madurez democrática, para pensar que las normas morales atañen a cada uno en su casa y que la sociedad se rige por las normas justas, científicas casi, que permitían su desarrollo en paz, aunque no se estuviera de acuerdo con algunas de ellas. Por supuesto la vida real no es así, pero pensé que los españoles aspiraban a ello. Al encender la televisión ayer me sentí profundamente avergonzado, desengañado, de ver el poder de convocatoria que todavía (y aquí permito que mi natural optimista surja aún a mi pesar) tiene en este país ese ente que tanto nos ha hecho y nos hace sufrir. 
 Manifestación de abrigos de visón, manifestación de habanos humeantes, gafas de sol oscuras y bigotes sobre labios temblorosos. Ideas del pasado en el presente, españolito que bosteza mientras los otros nos resistimos al morir. Esta España hiela el corazón.

No hay comentarios: