miércoles, septiembre 12, 2007
Último discurso de Allende. 11 Septiembre 1973
Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director General de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad capitalista de unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
domingo, septiembre 09, 2007
El éxito de una empresa sorprendente.
Esta es la historia de Semco, una empresa sorprendente, que ha pasado de facturar 4 millones de dólares (en 1981, cuando Semler cogió las riendas) a facturar 212 millones de dólares en el año 2003. En los últimos catorce años, Semco ha crecido un 27.5% anual. En el año 2005, Semler sufrió una accidente de tráfico y debatiéndose entre la vida y la muerte no pudo asistir durante una larga temporada al trabajo: no pasó nada. Su compañía siguió firmando contratos y creciendo durante esa temporada.
¿Cuál es el secreto? El secreto es que cuando tenía 25 años, el corazón de Semler empezó a fallar, o eso pensaba él. No fallaba, sencillamente sufría de estrés y el médico le advirtió que si no cambiaba su forma de vida no le duraría mucho. Hacía falta reestructurar su vida y su vida era su empresa: hacía falta reestructurar la empresa.
Semco dejaría de trabajar bajo una estructura piramidal y empezarían a crearse grupos de trabajo autónomos. Los obreros saben mejor que los directivos como hacer su trabajo, ellos mismos se organizarían. Ellos eligirían sus horarios, cuantas horas hacer, cuales debían ser los objetivos, los procedimientos. Los obreros acabaron eligiendo el color de sus monos de trabajo y el color con el que pintar la fábrica. Este modelo fue pasado a las oficinas, se crearon grupos de trabajo independientes que no debían llamar a nadie en caso de duda. Se derribaron los muros de los despachos, se eliminaron a las secretarias ofreciéndoles formación y otros empleos (algunas de ellas llegaron a ser jefas de secciones). Si un directivo quería decirle algo a marketing, tenía que ir él mismo a marketing. Si un directivo quería hacer fotocopias, tenía que hacerlas por si mismo.
Los cambios funcionaron, y funcionaron muy bien. ¿Así que por qué no llevarlos más allá? Se decidió que los trabajadores deberían rotar sus puestos cada cierto tiempo, adquiriendo experiencia en todos los puestos y eligiendo ellos mismos en qué sectores se sentían más a gusto. Y entonces pensaron: si ellos saben muy bien cómo trabajar, ellos deben saber cuanto quieren cobrar. Y así fue, se les preguntó cuanto deseaban cobrar y se les concedió. Se aprobó un plan según el cual si la empresa sufría pérdidas los trabajadores ganarían menos, y si la empresa iba bien, ganarían más.
Pero los cambios no acabaron ahí, la experiencia acumulada por los trabajadores en todos los sectores, les permitía estar bien formados para la toma de decisiones, y se les concedió la oportunidad de demostrarlo. Cada trabajador tiene un voto en la toma de decisiones de Semco, y el de Ricardo Semler vale exactamente igual que el de cualquier otro.
Hoy nadie llama a Ricardo Semler para dirigir su propia empresa. Él toma parte de las decisiones como uno más, y si quiere prolonar sus vacaciones, llama a las oficinas y les dice que las prolonga, como cualquier otro trabajador de Semco puede hacer. Como le sobraba tiempo, decidió escribir su historia y publicó un libro: Radical, el éxito de una empresa sorprendente.