Cuando hablamos solemos personalizar los objetos o los conceptos abstractos más extraños diciendo: la vida te da muchas puñaladas, y es como si la vida pudiese coger un puñal y clavárnoslo. Si no es la vida, es la suerte y en definitiva intentamos descargarnos de nuestra frustraciones pasándoselas a esos elementos que no controlamos de nuestro entorno. Todos conocemos una de esas famosas "Leyes de Murphy": "si crees que ya nada más puede salir mal, siempre te equivocas", y es que todos hemos sufrido a lo largo de nuestras vivencias uno de esos momentos en los que parece que efectivamente hay algo, un malévolo hechicero que tiene por objetivo jodernos. De un día para otro pierdes lo que era más importante para tí, la compañera que te había aguantado estos últimos años con paciencia y cariño, a la que le distes ese "bien preciado que ni se compra ni se vende pero que se regala" (Flaubert), y entonces todo parece ir cuesta abajo porque las cosas ya no tienen el mismo sentido.
Lo peor que puedes hacer cuando cruzas una crisis es considerar que tú no marcas el rumbo de tu barquito, que las aguas te arrastran de forma caprichosa hacia esa parte del rio donde las rocas digieren a los viajeros. Pero finalmente todos acabamos cruzando el agua, unos más tarde que otros, pero cogemos el remo con fuerza y decimos: "Yo marco el rumbo". Escuchas a los amigos que están en la otra orilla llamándote, desgañitándose por atraer tu atención y que dejes esa cara estúpida y esa mirada perdida, ignoras las astillas en las manos, y aunque estás mareado y no ves, sigues el sentido que te indican las voces, si no ves ahora, ya verás cuando llegues a la orilla.
Las cosas no acaban cuando has bajado de lo que antes te parecían cuatro tablas juntas, tienes los pies mojados y estás en medio del valle y tienes que llegar a la cima de nuevo. Los picos nevados se antojan inalcanzables pero ya has cruzado el rio, ¿por qué quedarse en el valle entonces? Encuentras a una persona con la que te puedes quedar sentado toda una tarde, hasta que anochece y las luces se encienden, en un muelle en Venecia para observar como las fachadas brillan iluminadas y el agua lo refleja todo con fidelidad . Quizás esa persona no te lleve a la cima de nuevo, pero te puede enseñar el camino.
Lo peor que puedes hacer cuando cruzas una crisis es considerar que tú no marcas el rumbo de tu barquito, que las aguas te arrastran de forma caprichosa hacia esa parte del rio donde las rocas digieren a los viajeros. Pero finalmente todos acabamos cruzando el agua, unos más tarde que otros, pero cogemos el remo con fuerza y decimos: "Yo marco el rumbo". Escuchas a los amigos que están en la otra orilla llamándote, desgañitándose por atraer tu atención y que dejes esa cara estúpida y esa mirada perdida, ignoras las astillas en las manos, y aunque estás mareado y no ves, sigues el sentido que te indican las voces, si no ves ahora, ya verás cuando llegues a la orilla.
Las cosas no acaban cuando has bajado de lo que antes te parecían cuatro tablas juntas, tienes los pies mojados y estás en medio del valle y tienes que llegar a la cima de nuevo. Los picos nevados se antojan inalcanzables pero ya has cruzado el rio, ¿por qué quedarse en el valle entonces? Encuentras a una persona con la que te puedes quedar sentado toda una tarde, hasta que anochece y las luces se encienden, en un muelle en Venecia para observar como las fachadas brillan iluminadas y el agua lo refleja todo con fidelidad . Quizás esa persona no te lleve a la cima de nuevo, pero te puede enseñar el camino.
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